Fuente: NPR
El conflicto en Ucrania y sus efectos en la juventud rusa.
Han pasado ya más de tres años desde que Rusia lanzó su invasión a gran escala contra Ucrania en febrero de 2022, y el conflicto continúa sin horizonte claro de resolución. Lo que comenzó como un intento rápido del Kremlin por controlar territorios estratégicos terminó convirtiéndose en una guerra prolongada que ha dejado miles de muertos, millones de desplazados y una fractura geopolítica que redefine el orden internacional.
En este tiempo, las negociaciones de paz se han repetido una y otra vez, pero casi siempre quedaron atrapadas en un laberinto de desconfianzas mutuas, exigencias imposibles y estrategias cruzadas. El antecedente del fallido Protocolo de Minsk que en 2015 reconocía la soberanía ucraniana sobre Donetsk y Luhansk aún pesa en la memoria de Kiev y de sus aliados europeos, que no quieren volver a firmar un acuerdo que Moscú pueda desconocer en el futuro.
La reciente Cumbre de Alaska, celebrada en territorio estadounidense, parecía una oportunidad inédita para acercar posiciones. Sin embargo, lejos de avanzar hacia un armisticio, profundizó las diferencias entre Donald Trump y Vladimir Putin. El presidente de Estados Unidos apuesta a diseñar un sistema de seguridad internacional que blinde a Ucrania ante futuras invasiones, junto a líderes como Emmanuel Macron, Keir Starmer, Giorgia Meloni y Friedrich Merz. En contraste, el jefe del Kremlin exige que Volodimir Zelensky ceda regiones ocupadas por el Ejército ruso como condición para firmar la paz, un planteo inaceptable para Kiev y sus socios europeos.
Mientras tanto, las conversaciones reservadas entre el Pentágono, la OTAN y varios países de Europa Occidental han encendido las alarmas en Moscú. “Discutir garantías de seguridad sin Rusia es un camino sin salida”, advirtió el canciller Sergei Lavrov, confirmando el endurecimiento de la posición rusa. Y como telón de fondo, Putin ordenó una de las ofensivas aéreas más grandes desde el inicio de la guerra: más de 570 drones y decenas de misiles impactaron contra varias ciudades ucranianas, en un claro gesto de presión militar sobre la mesa de negociación.
Trump, visiblemente frustrado, alentó públicamente a Ucrania a “pasar a la ofensiva” para negociar con Moscú desde una posición de fuerza. Pero la dilación en las conversaciones y la creciente violencia sobre el terreno hacen que la posibilidad de una cumbre directa entre Putin y Zelensky, prevista inicialmente para agosto, se desplace hacia septiembre, sin sede confirmada.
En este clima incierto, marcado por el desgaste diplomático, la tensión militar y la impaciencia política, también resuenan las voces de quienes no forman parte de las mesas de negociación pero sí padecen sus consecuencias: la gente común. Jóvenes que nacieron bajo la bandera rusa, crecieron entre las sanciones internacionales, y que hoy intentan construir una identidad en medio de la guerra. Una de ellas es Irina Antonova, una joven Periodista Política Internacional rusa que habla español y que comparte, con la franqueza de su generación, cómo vive el conflicto, qué piensa de Putin y Zelensky, y qué futuro imagina para su país y para Europa.
En medio de este tablero internacional, donde se cruzan la presión militar rusa, las exigencias diplomáticas del Kremlin y las estrategias de Occidente, también es necesario escuchar a quienes representan el presente y el futuro de Rusia: su juventud. Una generación que, marcada por las sanciones, la propaganda y la digitalización, debe aprender a moverse en un mundo más cerrado hacia Occidente y más abierto hacia Asia.
Para conocer esa mirada en primera persona, conversamos con Irina Antonova, una joven rusa que habla español y que comparte su visión sobre la guerra, la política exterior de Moscú y los desafíos que enfrenta su generación en un país atravesado por la confrontación con Ucrania y por el pulso con Estados Unidos y Europa.
La visión de una joven sobre la guerra y el futuro de su generación.

Irina Antonova.
Desde tu perspectiva como analista política, ¿cómo interpretás la posición actual de Rusia en la guerra con Ucrania?
Hoy Rusia se muestra segura de su capacidad para sostener una guerra larga, incluso frente a la presión combinada de Estados Unidos y Europa. Lo interesante es que, a pesar de las sanciones récord que buscaban asfixiar su economía, las cifras oficiales del FMI muestran lo contrario: un crecimiento del 3,6% en 2023 y de alrededor del 3% en 2024. Esa solidez le permite al Kremlin sostener un discurso claro: la estrategia sancionadora de Occidente no funcionó.
En el terreno, la realidad también respalda esa narrativa. Moscú amplió su control en zonas clave del Donbás y logró avances en Járkov, mientras el complejo militar-industrial se multiplica. El Ministerio de Defensa asegura que la producción de municiones casi se duplicó y medio en un año, y nuevas plantas (como la de Biysk) ya están en marcha. Todo esto alimenta la confianza con la que Putin encara la negociación: no desde la defensiva, sino como un actor que se siente con margen para imponer condiciones.
Y esas condiciones no cambian: neutralidad y no nuclearización de Ucrania, reconocimiento internacional de los territorios ocupados y un levantamiento gradual de las sanciones. En Moscú se repite un mantra: el problema no es Rusia, sino la negativa de Kiev a aceptar lo que llaman “las nuevas realidades”. En otras palabras, el Kremlin no discute solo sobre Ucrania, sino sobre algo mucho más ambicioso: el rediseño de la seguridad en Europa.
¿Qué impresión te genera la reciente reunión entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska y cómo creés que puede afectar la dinámica del conflicto?
El encuentro de Alaska fue seguido con enorme atención en Rusia porque marca la primera reunión cara a cara entre ambos líderes en muchos años. Para el Kremlin, el mensaje es claro: sin Rusia, no se puede hablar en serio de estabilidad estratégica a nivel global. Esa sola foto ya es leída como una victoria diplomática en Moscú.
Sin embargo, más allá del simbolismo, lo más realista es pensar en una “congelación” del conflicto antes que en un tratado de paz definitivo. Ni Trump ni Putin parecen dispuestos a ceder lo suficiente como para sellar un acuerdo integral. Aun así, las conversaciones abrieron una ventana: subieron las expectativas de que pueda haber un giro en la dinámica negociadora y, al menos, un proceso de desescalada con mediación estadounidense.
¿Qué particularidades ves en la forma en que tu generación procesa y discute este conflicto en comparación con generaciones anteriores?
Mi generación es, ante todo, una generación en red. Consumimos noticias en línea al mismo nivel que contenido educativo o de entretenimiento. Algunos se informan a través de medios estatales, otros siguen a medios independientes, y muchísimos se quedan en memes, hilos de Telegram o clips en TikTok. Eso cambia todo: la visión del mundo se vuelve fragmentada, menos ideológica y mucho más pragmática.
Los datos lo reflejan bien: según el Centro de Investigación de la Opinión Pública de Rusia, más de la mitad de los adultos usan Telegram cada día; en los jóvenes de 18 a 24 años esa cifra sube al 79%, mientras que entre los mayores de 55 años la televisión sigue siendo dominante. La forma de procesar la guerra también depende de dónde vivís. Quienes están en zonas fronterizas o en grandes hubs la sienten de manera directa con sirenas, drones, desplazados. En cambio, en regiones alejadas se vive de forma mediada, casi como un ruido de fondo que limita viajes, movilidad y oportunidades profesionales.
Esa es otra diferencia clave con las generaciones mayores, que tienden a ver el conflicto como una lucha ideológica contra Occidente. Los jóvenes, en cambio, comparamos la vida en Rusia con la de otros países a través de influencers, amigos y comunidades globales, más que por lo que dicen los medios oficiales.
¿De qué manera creés que haber crecido bajo el liderazgo de Vladimir Putin condiciona la visión política de los jóvenes rusos?

Más que de una visión política en sentido estricto, creo que lo que marca a mi generación es un sistema de valores construido desde la infancia. Crecimos escuchando el himno en la escuela, celebrando festividades nacionales como el Día de Rusia o el Día de la Victoria, y cada 31 de diciembre, sin excepción, mirando en familia el mensaje de Año Nuevo del presidente. Esos rituales, repetidos año tras año, terminan por forjar una fuerte identidad nacional y cultural.
Al mismo tiempo, vivimos en un entorno digital mucho más plural que el de nuestros padres. Todos conocemos el fenómeno de las “cámaras de eco”: espacios que refuerzan visiones opuestas y que conviven en paralelo. Eso hace que nuestra socialización sea híbrida: por un lado, recibimos un relato patriótico y paternalista de la escuela, la universidad o los programas juveniles oficiales; por otro, navegamos un espacio digital globalizado donde se discute todo.
El Estado, además, no se ha quedado quieto: en los últimos años multiplicó fondos de apoyo, concursos de becas que entregan hasta un millón de rublos, viajes educativos y proyectos de integración. Todo ello, con un mensaje patriótico implícito. El resultado es una generación que naturaliza la idea de un Estado fuerte, que ve al poder como garante de seguridad más que como objeto de crítica. Pero, al mismo tiempo, esa misma generación es más cosmopolita que la de sus padres y bastante más patriótica que la de los 90. Una combinación particular que define cómo miramos la política hoy.
¿Qué impacto ha tenido la guerra y las negociaciones internacionales en las oportunidades profesionales, educativas y de movilidad internacional para tu generación?
El panorama es claramente mixto. Por un lado, las sanciones y las restricciones de visado redujeron mucho los canales de intercambio académico y profesional con Occidente. Ya no hay vuelos directos a Europa, no podemos usar tarjetas rusas en el extranjero y el bloqueo de SWIFT complicó todavía más las cosas. Para los jóvenes, esto significó que incluso lo cotidiano (viajar, estudiar, trabajar afuera) se volviera un rompecabezas. Al final, tuvimos que aprender mecanismos alternativos: desde transferencias con criptomonedas hasta esquemas indirectos para pagar o mover dinero. Algunos países volvieron a otorgar visados Schengen, pero con limitaciones y cupos reducidos.
Al mismo tiempo, se consolidó un fuerte “giro hacia Oriente”. La cooperación con países de ASEAN y BRICS se expandió, y muchas instituciones educativas y empresas empezaron a mirar directamente hacia China. Un ejemplo muy gráfico: en 2024, la cantidad de escuelas en Moscú que enseñan chino creció un 123%. También aumentó la movilidad interna hacia el Este del país, y Rusia empezó a atraer más estudiantes de Asia y de la Comunidad de Estados Independientes.
La movilidad internacional no desapareció, pero cambió de dirección. Para mi generación, el desafío es adaptarse: aprender chino, abrirse a los mercados asiáticos y, en muchos casos, enfocarse en oportunidades dentro del propio país.
Si proyectás a mediano plazo, ¿qué escenarios posibles ves para Rusia después de este conflicto y qué papel podría jugar tu generación en cada uno?
Yo veo tres escenarios posibles. El primero es la continuación de un conflicto prolongado en el mismo formato que hoy. Para los jóvenes significaría vivir con movilidad limitada, adaptarnos a nuevas condiciones económicas y enfocarnos en proyectos internos y en los mercados asiáticos. Sería una especie de “turbulencia estable”: la vida sigue, pero siempre bajo restricciones, obligándonos a ajustarnos todo el tiempo.
El segundo escenario sería una congelación del conflicto con mediación internacional. En ese caso, podrían reabrirse algunos canales académicos y profesionales con Occidente, aunque de manera parcial. No sería un regreso pleno a la normalidad, pero sí una ventana estrecha de oportunidades que habría que aprovechar rápidamente.
El tercer escenario, el más ambicioso y hoy menos probable, es la firma de un acuerdo integral. Eso devolvería a la juventud la posibilidad de integrarse de manera normal en los procesos globales, algo que hoy parece lejano pero que sería decisivo para nuestra generación.
En cualquiera de estos escenarios, los jóvenes rusos estamos en una posición de transición. Heredamos una cultura de Estado fuerte y valores tradicionales, pero al mismo tiempo necesitamos flexibilidad para buscar oportunidades en cualquier contexto: ya sea dentro de Rusia, en la apertura hacia los mercados asiáticos o a través de comunidades globales.
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