Los resultados de las últimas elecciones ponen en evidencia que quien gane lo hará con el apoyo de sectores que en algunos aspectos son totalmente antagónicos.
Como pocas veces la expresión “tragarse un sapo” encuentra un motivo tan acertado como para ser utilizada, por quienes se ven obligados a aceptar o soportar un hecho que genera fastidio, elegir entre dos opciones que se rechazan.
En grandes rasgos, quien surja como próximo presidente tendrá apenas poco más o poco menos de un tercio del electorado, propio, algo que condiciona la gobernabilidad y obliga a hacer alianzas y concesiones.
En esta ocasión será fundamental fijar determinadas pautas mínimas con el consenso de todas las fuerzas. Condiciones básicas que servirán tanto a las propuestas más liberales como a las más intervencionistas.
Argentina ha entrado en una vorágine de parches monetarios, fiscales, regulatorios y normativos que en algunos casos se contradicen o chocan entre sí. Verdaderos planteos sui generis y disruptivos, que solo podrían pensarse para situaciones extremas y de corto plazo.
Este cúmulo delirante de políticas y normas nos ha llevado al desorden social y, principalmente, a desorientar en cuáles son los incentivos que necesita el país y su gente.
Pautas de sentido común. ausentes y postergadas por miedo o intereses particulares.
Repasemos algunas de ellas:
Recaudación impositiva:
Impuesto a los débitos y créditos: Este tributo, aplicado a las operaciones bancarias, es un incentivo al uso de efectivo, o al denominado revoleo de cheques de terceros, en consecuencia, es promotor de la economía marginal y la desbancarización.
Percepciones de ingresos brutos: De la misma forma, los entes provinciales se aprovechan de las operaciones bancarizadas para “manotear” anticipos impositivos, siendo este otro, motivo para operar por fuera del sistema formal de pagos.
Impuesto a las ganancias: Sobre los intereses devengados por préstamos entre privados por fuera del sistema financiero, es decir, operaciones de crédito entre privados. En este caso, quien presta y percibe un interés debe pagar el 30% de impuesto a las ganancias si es una sociedad o el 35% si es una persona física. En cambio, si se presta al estado o a los bancos esa alícuota se llega a reducir hasta 0 dependiendo del caso. El Estado compite en forma desleal con la actividad privada, castigando y encareciendo el crédito entre particulares, obligando a la intermediación o volviéndolo sumamente oneroso. Por estas razones también existen créditos “blue” que se pactan entre las partes y que no tributan.
Rentas Exentas: Castigando aún más a quien apueste en Argentina a financiar actividad privada, nuestro sistema fiscal premia a todo aquel que ahorre o invierta en moneda extranjera. Si, es de locos, se fomenta salir del peso y guardar dólares. Quienes adquieran divisas estarán exentos de pagar impuesto a las ganancias por la revalorización que la moneda tenga con respecto a la local. En cambio, la actualización de precio que tienen los bienes que adquirimos para vender están alcanzados por el impuesto a las ganancias, es decir que, podría darse y se da muy frecuentemente, el caso en el que una empresa venda sus productos a mayor precio del de compra, deba pagar impuestos a las ganancias y pierda plata, pues por efecto de la inflación el dinero remanente es insuficiente para su reposición.
Ajuste por inflación: La inflación es otro tipo de impuesto que afecta principalmente a los que menos tienen, pues los proveedores de bienes y servicios de primera necesidad tienen la posibilidad de ajustar sus precios a mayor velocidad y por encima de las proyecciones, de esta forma se acelera e incrementa la transferencia de recursos de los sectores más pobres hacia las corporaciones.
En síntesis, los incentivos impositivos están inversamente diseñados, pues ponen al Estado como el deudor más conveniente, en términos fiscales, encareciendo directamente a la actividad privada, castigando a quienes están bancarizados, pues los bancos se han convertido en los recaudadores de la corona y las famosas “cuevas” en los “Robin Hood” que “hacen justicia para quienes tienen que pasar por el sistema”, las percepciones y anticipos que cobran la nación y las provincias castigan a quienes trabajan dentro de la economía formal, fomentando así la marginalidad y la precariedad laboral.
Bienes personales. Los tipos de cambio múltiples reducen la carga impositiva de las operaciones que se realizan en moneda extranjera, por cuanto se contabilizan al valor del dólar oficial, que cotiza casi al tercio del que se puede obtener en el mercado paralelo, de esta forma quienes ahorran en dólares pagarán mucho menos por impuesto a los bienes personales que quienes lo hacen en activos locales atados al valor del peso.
Ascenso social. Las ganas de progresar, la ambición y el esfuerzo, tan presente en quienes buscan ocupar cargos públicos, parecieran quedar reservadas exclusivamente para ellos, pues, la pérdida de poder adquisitivo de los salarios y las permanentes concesiones y subsidios a quienes carecen de empleo han vuelto, en muchos casos, al trabajo una cuestión moral más que un camino para la satisfacción de necesidades y deseos. En la Argentina hay empleados formales, que trabajan más de 8 horas al día pobres. Lejos ha quedado la búsqueda del ascenso social producto de quien más trabaja más percibe.
Una vez más, los incentivos están invertidos, quienes especulan o actúan por fuera de ley tienen mejores posibilidades que quienes ponen el lomo y trabajan con esfuerzo.
Esta realidad es, tal vez, una de las más preocupantes pues cuando el empleo deja de ser el mejor modelo de distribución del ingreso, la capacitación, el estudio y el aprendizaje pierde atractivo. Otro incentivo a alinear, quienes se esfuerzan en aprender deben tener mayores oportunidades. Es por eso que acordar un cambio en el modelo que distribuya oportunidades en lugar de recursos será fundamental para el futuro del país.
Comercio Internacional. Una de las distorsiones más grandes que existen en nuestro país pasa por los tipos de cambio múltiples que fomentan todo tipo de “arbitrajes” entre ellos generando oportunidades para quienes discrecionalmente pueden acceder a los más bajos y vender a los más altos. En otras ocasiones hemos observado que con esta política cambiaria la mismísima Reserva Federal de los Estados Unidos se agotaría si vendiera sus dólares a menos de lo que el mercado está dispuesto a pagar.
Frente a la permanente falta de divisas, Argentina propone pagar poco a quienes las generan para venderlas barato a quienes las demandan, en consecuencia la oferta tiende a cero y la demanda a infinito.
Los incentivos deben ser coherentes, si faltan dólares deben incentivarse las exportaciones y castigar las importaciones, al menos de aquellos productos que son superfluos o prescindibles. Ha sido criminal dilapidar dólares para comprar bienes de lujo como son autos de alta gama, aviones o cruceros para que luego falten divisas para medicamentos o materiales necesarios para producir.
Estas son apenas algunas de las cuestiones en las que la clase dirigente, casta vieja o casta nueva, deberán acordar para ordenar los incentivos.
Los impuestos pueden servir de motor para el desarrollo y la inversión si se proponen normas que difieran la carga frente a inversiones a largo plazo o si se premia al ahorro en moneda local en detrimento de la extranjera.
Todos los trabajadores deben percibir dinero suficiente para poder satisfacer con su trabajo sus necesidades y el estado debe velar por difundir que la capacitación y el esfuerzo constituyen el camino hacia un ascenso social seguro.
Alinear los incentivos, además de volver a la sociedad más previsible y ordenada, será un excelente negocio para el estado, pues las nuevas condiciones promocionarán nuevos trabajadores formales, empresarios, educadores, en síntesis, más y nuevos contribuyentes, es decir más y nuevos clientes para este gran negocio que es el estado, si por el contrario, se quedan en este camino de desorden, desincentivo y discrecionalidad, la emisión monetaria quedará como principal fuente de financiamiento de lo público.
Quienes quieran progresar encontrarán otros caminos y quedarán solo los oportunistas o carentes de ambición, los malos clientes.
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